
El hombre no termina en su piel; su cuerpo es, en verdad, el cuerpo de la Humanidad, y debe, por lo tanto el Espíritu, hallarse siempre presto al servicio de aquellos que tienen menos. El velar por nuestros hermanos más carenciados es puerta de alegría para el corazón. Por ello, tal vez, ese Gran Maestro de almas que fuera Jesús, el Cristo, dio a todos los hombres del mundo la suprema enseñanza de "Dad de beber al sediento y de comer al hambriento".
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